El Santo de Dios

4º Domingo del Tiempo Ordinario (B); 28 de enero de 2024

Dt 18:15-20. Sal 95. 1 Cor 7:32-35. Marcos 1:21-28

Diácono Jim McFadden

La lectura del Evangelio de este domingo (cf. Mc 1, 21-28) narra el comienzo del ministerio público de Jesús, en el que irrumpe en el mundo de la ilusión y de lo demoníaco a través de su poderosa palabra y obra. Nuestro mundo, entonces como es ahora, es un mundo de oscuridad y enfermedad en el que nuestra comunión con Dios, la comunión unos con otros y la armonía con la Creación están amenazadas por el Maligno. Jesús va a entrar en este mundo y echar fuera lo que nos esclaviza. Si bien parece que el mundo de la explotación, la cosificación y vilipendio de los seres humanos y la dominación de los poderosos sobre los débiles está llegando a su fin, Jesús, sin embargo, enseña y vive de tal manera que el camino de Su Padre eventualmente tendrá Su día, que es el día de la Resurrección, que se convierte en el Día de la Victoria sobre las tinieblas y la posesión.

Así, escuchamos en el Evangelio que Jesús con su pequeña comunidad de discípulos ha entrado en Capernaúm, situada en el lado noroeste del Mar de Galilea. Era la ciudad donde vivía Pedro y que era la ciudad más grande de Galilea en ese momento. Jesús entra un sábado a la sinagoga de Cafarnaúm y comienza a enseñar. No se nos dice lo que Jesús enseñó porque en el Evangelio de Marcos, sus enseñanzas están en sus hechos y acciones. Pero sí sabemos que sus enseñanzas dejaron una profunda impresión porque la gente quedó asombrada por sus palabras. No suenan como las que normalmente escuchaban de los escribas porque Jesús enseñaba “como quien tiene autoridad” (v. 21). Jesús enseñó de manera diferente porque no tenía que respaldar todo con una cita ni respaldar sus enseñanzas con autoridad extrínseca.

 Jesús habla con autoridad porque se revela como el Emisario de Dios y no como un simple hombre de Nazaret que debe basar su enseñanza únicamente en tradiciones anteriores. Más bien, las palabras de Jesús tienen el poder de la Palabra de Dios porque ¡él es la Palabra de Dios! Cuando sus oyentes escucharon sus enseñanzas, sintieron la Palabra de Dios, su misma Presencia. Jesús sabía de lo que estaba hablando. Él no era una cinta transportadora de las enseñanzas de otra persona, sino que enseñaba a partir de lo que sabía. Jesús enseñaba desde la “experiencia del alma”: desde su propia experiencia del Padre que conoció antes del principio de los tiempos. Jesús habló y actuó en la persona de Dios. Él es Emanuel, ¡Dios entre nosotros! ¡Él es la Segunda Persona de la Trinidad encarnada! Entonces, las enseñanzas de Jesús tienen una convicción natural. Es el tipo de sabiduría que convence y convierte porque proviene directamente de Dios. Por eso la gente quedó asombrada.

Al mismo tiempo, Jesús se revela poderoso en los hechos. En la sinagoga de Cafarnaún había un hombre poseído por un espíritu inmundo, que le gritaba a Jesús: “¿Qué tienes que ver con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos?” (v. 24a).

 La respuesta es “¡sí!” Jesús quiere desinflar nuestra disfunción, que es alimentada por nuestro ego demasiado inflado, que busca estar a cargo, tener el control, preocuparse por los privilegios, la comodidad y la seguridad. Si esa se convierte en nuestra postura ante la realidad de la Buena Nueva, no seremos muy felices porque el Ego simplemente está demasiado inflado e irreal para escuchar la Verdad que Jesús lleva en su misma Persona.

 Pero, a medida que el Maligno se acerca a Jesús, reconoce a Jesús tal como es: Yo sé quién eres: ¡el Santo de Dios!” (v. 24c). El demonio reconoce que Jesús es más que un maestro sabio o un sanador poderoso.Él es el profeta al que aludimos en nuestra primera lectura de Deuteronomio, quien es el portavoz de Dios, quien habla las palabras de Dios, en el nombre de Dios y con la autoridad de Dios.

El Diablo está diciendo la verdad: Jesús vino a destruir al diablo, a arruinar al demonio, a derrotar sus nefastos planes para la humanidad. El espíritu inmundo reconoce el poder de Dios y al mismo tiempo proclama su santidad. Esta es una escena increíblemente intensa, que culmina cuando Jesús lo reprende diciéndole: “¡Calla y sal de él!” (v. 25). ¡Eso es! Estas pocas palabras de Jesús son suficientes para obtener la victoria sobre Satanás, sobre las fuerzas de las tinieblas, que sale del hombre “convulsionándolo y gritando a gran voz” (v. 26).

 Esta dramática escena tuvo que resultar abrumadora para los presentes. Todos están abrumados por el miedo porque han presenciado algo nunca antes visto. Se preguntan: “¿Qué es esto? Una nueva enseñanza con autoridad. Incluso a los espíritus inmundos manda y le obedecen” (v. 27). Hermanos y hermanas, algo nuevo y radicalmente diferente está sucediendo aquí y ahora; pero tenemos que tener oídos que puedan oír y ojos que puedan ver. Cuando estamos ante la Palabra de Dios, debemos asombrarnos porque él tiene el poder de asombrarnos y transformarnos en lo más profundo de nuestro ser.

Enseñanza y acción: ambas están entrelazadas. Jesús simplemente no habla con palabras, sino que actúa. De esta manera, manifiesta el plan de Dios para la Historia de la Salvación con palabras que son “de vida eterna” y con el poder de sus obras. En este episodio, vemos desplegado todo el Evangelio: vemos que en su misión terrena de llevar la salvación al mundo, Jesús revela el amor de Dios tanto a través de su predicación como a través de innumerables gestos de cuidado y atención a los enfermos, los necesitados, niños y pecadores.

 Jesús es nuestro Maestro supremo porque él es la Palabra de Dios encarnada. Como tal, él es la perfecta conciencia reflexiva (el Logos) de su Padre, lo que significa que sus enseñanzas revelan la mente y el corazón mismos de Dios. Por eso Jesús es capaz de impartir la luz que ilumina los caminos a veces oscuros que estropean nuestras vidas y la sociedad. Y, como somos miembros de su Cuerpo místico, la Iglesia, nos transmite la gracia y la fuerza necesarias para superar nuestras tinieblas, debilidades, dificultades, disfunciones y tentaciones que a veces pueden parecer abrumadoras.

Nuestra vida es dura, pero también es buena porque se nos ha dado el gran don de la Fe que nos permite conocer a Dios, estar en una relación íntima, tener un propósito y un destino. ¡Adoramos a este Dios que es tan poderoso y tan bueno que nada puede vencernos! Tenemos un maestro y amigo que nunca nos abandonará y que nos muestra el camino a casa y cuida de todos y cada uno de nosotros, especialmente cuando lo necesitamos.

Entonces, durante estos tiempos tumultuosos en los que lidiamos con nuestros propios demonios a nivel personal y social, sigamos el ejemplo de nuestra Santísima Madre María, quien regresó al Silencio para estar con Dios. Que mientras nos sumergimos en el Silencio, podamos escuchar la Palabra de Dios a pesar del estrépito y la cacofonía de los mensajes del mundo. Estemos atentos a la Palabra más auténtica y autorizada que existe: la de su Hijo, Jesús, que nos enseña el sentido de nuestra existencia y nos libra de todo lo que nos oprime, incluso del Príncipe de las Tinieblas. Amén.

One response to “El Santo de Dios”

  1. LindaInFolsom Avatar

    Hello!   I so wish I could speak Spanish, but –  alas – I can’t. Would you mind removing from this list ?  Mucho gracias. 😊 

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    ~ Linda

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